La situación provocada por la pandemia del Covid-19 y que estamos atravesando en estos días sin plazo de término, ha sido – aunque suene contradictorio- una buena oportunidad para examinarnos a distintos niveles, de un aprendizaje permanente y a vivir los retos y desafíos que nos ofrece la cuarentena obligatoria, la incertidumbre, la profilaxis de los autocuidados y la adaptación e impacto como sacerdote y párroco a esta nueva realidad que nos sobrepasa y traspasa en los diversos ámbitos que nos toca enfrentar.
En este contexto quisiera compartir algunas reflexiones sustentadas en la vivencia diaria del combate con este enemigo invisible que tanto daño letal está provocando; desde una mirada eclesiástica civil y en lo castrense.
- Del escepticismo inicial a aceptar con humildad la crisis: cuando recibimos noticias de Europa o de China, parecía muy lejano que llegará a Chile o a nuestra región o a nuestra Diócesis el coronavirus 19. Esta aceptación nos ha llevado a ir comprendiendo el fenómeno a informarse adecuadamente. Pero luego empezó a aflorar el temor, la incertidumbre, las consecuencias de la enfermedad, a sentirse vulnerables, el miedo al contagio, el experimentar la amenaza, a consumir noticias en exceso, a mirarnos de otra manera. En definitiva, tomar conciencia que estamos frente a un nuevo paradigma. El mundo y nuestra realidad cercana está cambiando aceleradamente, permanentemente y que nos descoloca. Nos hace inseguros y no logramos manejar la incertidumbre. Y se declara a nivel mundial una pandemia.
- Del distanciamiento físico al acercamiento espiritual y social : Cuando al ver la impresionante imagen por la televisión del Papa Francisco en la Plaza de san Pedro rezando en soledad y que aseguró que: “… toda la humanidad está «en el mismo barco» intentando superar la tormenta que desató la pandemia de coronavirus y que es necesario «remar juntos». La pandemia muestra «un vacío desolador que arrasa con todo a su paso» y que «los seres humanos han descubierto que no pueden seguir cada uno por su cuenta, sino sólo juntos y que nadie se salva solo». El Señor nos interpela y en medio de la tormenta nos invita a activar la solidaridad, capaz de dar sentido en estas horas en la que todo parece naufragar». Nos hizo caer en la cuenta de cómo poder atender en este nuevo escenario, espiritual y pastoralmente a nuestras comunidades y feligreses. De cómo hacer llegar el testimonio de nuestra fe, esperanza y caridad a nuestros hermanos y hermanas. Ahora con las recomendaciones: ¡¡Quédate en casa!! Aislamiento social, lavarse las manos, evitar contactos personales, usar mascarilla…Surge una pandemia y emergencia espiritual y el desafío de cómo mostrar cercanía, acompañar al que sufre, dar consuelo, animar al que se siente solo, socorrer a los más pobres y abandonados…a los nuevos anawines, nuestros templos vacíos y celebraciones sin fieles…¡¡impactante y desconcertante…!! La pandemia ha puesto a prueba profundamente nuestra convicciones religiosas, espirituales, valóricas sobre las personas y comunidades.
- De una Iglesia presencial a una Iglesia virtual, con los nuevos areópagos online. El Facebook, se empieza a convertir en los templos virtuales, transmitir en línea, la radio, Whatsapp como medio amigable de conversaciones y mensajería espiritual …de alguna manera las redes sociales actúan como verdaderos “agentes virtuales pastorales “para vivir y alimentar nuestra fe. Como persona y sacerdote, nos ha obligado a nuevos aprendizajes y a obtener las competencias y habilidades tecnológicas de la información y comunicación necesarias, para no quedar fuera de línea y no se nos caiga el sistema. Viene a mi memoria nuevamente la voz profética lo que afirmaba el Papa Francisco: “La familiaridad de los cristianos con el Señor es siempre comunitaria. Es personal, pero en comunidad. Una familiaridad sin comunidad, sin pan, sin la Iglesia, sin la gente, sin los sacramentos, es peligrosa.» Esto me lleva a reflexionar lo que implica la tentación y riesgo de caer en la vivencia de la fe en forma intimista y no una fe encarnada y separado del pueblo de Dios. Entonces surge el desafío de hacernos cargo como sacerdote, párroco y capellán castrense, con todos los medios disponibles a recalcar con voz -fuerte y clara -por estos “medios temporales” la conciencia permanente de ser “Un pueblo de carne y hueso que parte el pan, escucha la Palabra, comparte la caridad y anuncia la alegría del Evangelio de persona a persona, a través del testimonio de la vida y la cercanía concreta.”
- Los liderazgos en las comunidades y el católico en particular, también es puesto a prueba en estos tiempos de crisis, mi relación con Dios y con mis hermanos de comunidad. La pandemia ha puesto a prueba profundamente nuestra convicciones religiosas, espirituales, valóricas sobre las personas y comunidades. “Esta es una oportunidad para replantearnos lo que significa la reunión de la comunidad que celebra. Son muy importantes el templo y la liturgia oficial, pero si esta no se traslada a la vida cotidiana, la comunidad inmediata de la que somos parte -familia, el grupo de trabajo o los amigos- no tiene mucho sentido”. La familia, el hogar, mis cercanos, la Iglesia doméstica, sentido de pertenencia, la necesidad del otro, el saludo de la paz, el abrazo, el vernos, recibir los sacramentos…el cómo sacramentar a un enfermo sospechoso de contagio… ahora todo bajo estrictos protocolos y hábitos de higiene …están siendo impactados profundamente en nuestro estilo de vida; y de cuanto somos capaces de adaptarnos a estos nuevos contextos y realidades. La cotidianeidad ha sido afectada profundamente; como así también, toda nuestra pastoral en todos sus niveles. Las situaciones excepcionales pueden servir para apreciar más y mejor lo que antes dábamos por descontado.
- La Iglesia como hospital de campaña
El Papa Francisco, afirmó en una entrevista «Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del resto. Curar heridas, curar heridas… Y hay que comenzar por lo más elemental».
Como Capellán Castrense y Oficial del Servicio Religioso del Ejército, soy testigo presencial de otros “héroes anónimos”: el militar, que como soldados han jurado ante Dios y la Bandera, servir fielmente a mi Patria, ya sea en mar, en tierra o en cualquier lugar ,hasta rendir la vida si fuese necesario; que junto con la formación, preparación y vocación de servicio público que caracteriza a cada uno de los integrantes del Ejército ,son atributos que permiten enfrentar lo que esta crisis les está demandando. El soldado es militar las veinticuatro horas y los siete días de la semana, con todos los costos y riesgos que esto conlleva. Renuncian y postergan sus familias, el encuentro con sus hijos, el vivir este tiempo en sus hogares, como consecuencia de las tareas asignadas en esta pandemia: guardias, patrullajes, abastecimiento, seguridad, ayuda humanitaria día y noche. Esto como respuesta a la profunda vocación de servicio, profesionalismo y amor a la Patria, que es la esencia e identidad del ser militar.
- De la ciencia humana a la ciencia de Dios: Estamos saturados, sobrecargados o “intoxicados” de información científica, datos, estadísticas, gráficos, morbilidad, mortalidad, cesantía, violencia, discursos positivos y negativos o catastróficos, opiniones políticas, empresas quebradas, conflictos sociales y económicos, cuarentenas, problemas de seguridad pública, toque de queda, barreras sanitarias, clases suspendidas, abastecimiento de insumos y alimentos para los más necesitados, el surgimiento de ollas comunes, o los noticieros que muchas veces bordean en la morbosidad televisiva terrorífica; y que también con cierta rabia e impotencia humana observamos a muchas personas que hacen caso omiso de la gravedad a la que estamos enfrentado de vida o muerte… y han tomado la cuarentena como unas “merecidas vacaciones prolongadas”. Con fuerza, pedimos a Dios que les de sabiduría e inteligencia a nuestros científicos hombres y mujeres de ciencia y personal médico para descubrir con prontitud y eficacia la pronta cura para este mal, el antídoto milagroso de la vacuna y la sanación de las personas enfermas y contagiadas. Pero, ¿Es un castigo de Dios apocalíptico merecido por nuestro pecado e indiferencia de vivir sin Dios? ¿Por qué permite todo esto? Pero también surge el tema del sentido de la vida, de la muerte, del mal, del sufrimiento, de la enfermedad, de la indefensión y fragilidad humana, la salud mental y espiritual…y ¡Dios calla y su silencio se nos hace angustiante y muy duro! Rezamos, oramos, celebramos la Santa Misa con templos fríos y vacíos de rostros humanos… ¿Qué nos está diciendo Dios en todo esto? ¿Dónde está Dios? Sin embargo, descubrimos que, en el misterio de la fe, Dios es nuestro aliado. Que Él participa de nuestras angustias, dolores y sufrimientos. Que se están despertando nuevas solidaridades y que puede surgir un mundo nuevo más fraterno, más unido, personas más humanizadas, que se está construyendo el mundo como la casa común. El Papa Francisco, afirmaba: “[…] la fuerza de Dios» es convertir en algo bueno todo aquello que nos sucede, incluso lo malo.” “[…] Jesús nos dice a cada uno: “Ánimo, abre el corazón a mi amor. Sentirás el consuelo de Dios, que te sostiene”. “[…] “El drama que estamos atravesando nos obliga a tomar en serio lo que cuenta, a no perdernos en cosas insignificantes, a redescubrir que la vida no sirve, si no se sirve. Porque la vida se mide desde el amor”.
Dios se está mostrando con una fuerza testimonial impresionante con lo que se está llamado los “héroes anónimos” del personal sanitario (y de tantos otros rostros y personas como verdaderos samaritanos) en todos los niveles, oficios y profesiones que hacen vida y eco de las palabras de Jesús: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn.15,13); “Dios no hace acepción de persona.” (Hech.10,25); “El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios” (1Jn 4, 7-10); “Lo mismo que el Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mt.20,28).
“Mirad a los verdaderos héroes que salen a la luz en estos días. No son los que tienen fama, dinero y éxito, sino son los que se dan a sí mismos para servir a los demás. Sentíos llamados a jugarnos la vida. No tengáis miedo de gastarla por Dios y por los demás: ¡La ganaréis! Porque la vida es un don que se recibe entregándose. Y porque la alegría más grande, es decir, sin condiciones, sí al amor.” Papa Francisco.
Pbro. José Prado Tolosa.
Párroco de Nuestra Sra. de la Buena Esperanza, Panimávida.