Hemos celebrado recientemente la fiesta de Pentecostés. Una fiesta que siempre ha tenido un matiz juvenil por las actividades que algunas pastorales juveniles preparan para dicha ocasión. Queremos en este número dedicarles a ellos nuestra reflexión.
El cuidado de la fragilidad, que es la dimensión de las Orientaciones Pastorales que estamos reflexionando, nos lleva a hacernos cargo de los jóvenes que están viviendo en contexto de diversas fragilidades. Pensemos, por ejemplo, en aquellos jóvenes que están enfrentando la ruptura o el quiebre matrimonial de sus padres, con todo lo que ello conlleva y dónde muchas veces se sienten utilizados para ganarlos para uno u otro lado. Son sufrimientos y dolores que lo llevan en silencio, es el duelo de su familia ideal y el comenzar a pensar en una familia dividida y donde muchas veces no se les considera mayormente como parte de la situación. Muchos expresan que se sienten frágiles, que quieren a ambos padres, pero que las historias que les cuentan, muchas veces comienzan a hacerlos tomar parte por uno de ellos. Esa es una fragilidad que debemos cuidar.
Pensemos también en tantos jóvenes que por diversas circunstancias de su vida no logran dar paso para concretar sus sueños: ven que el mundo les ofrece una gran torta, a la que ellos no pueden acceder. El desánimo los comienza a consumir y la tentación de buscar otros caminos que se les parecen más fáciles y atractivos, pero que son los sueños que él se ha proyectado.
No podemos dejar de mencionar los jóvenes que están en camino de búsqueda de su propia identidad sexual, o ya la han encontrado, pero están en el proceso de comunicarla a los demás. Muchos de ellos se sienten frágiles ante el «qué dirán», si serán aceptados o por el contrario sufrirán discriminación. Para no pocos de ellos este es un proceso muy doloroso, vivido en soledad, a veces llenos de incomprensiones y en algunos casos, incluso atentan contra sus propias vidas.
Hacerse cargo de la fragilidad de los jóvenes en las comunidades cristianas implica en primer término, transformarse en lugares acogedores y contenedores. Implica tenderles la mano para que se sientan acogidos, acompañados y comprendidos. Nos exige que seamos comunidades inclusivas también de diversidades sexuales que a veces aún no se quieren aceptar. La parroquia ha de ser verdaderamente la casa de todos, pero especialmente, un hospital de campaña, como lo decía el Papa Francisco, donde todos puedan sanar sus heridas.
Pbro. Ronald Flores Soto, Párroco San Alfonso, Cauquenes