En el camino de preparación para el Centenario de la Diócesis, hemos realizado un proceso de discernimiento pastoral comunitario en diversas instancias a nivel parroquial, decanal y diocesano, teniendo su culmen en los sínodos diocesanos de 2021 y 2022. De este proceso fuimos vislumbrando los principales desafíos que tenemos que enfrentar como Iglesia en estas tierras maulinas. La primera de ella es la prioridad de hacernos cargo de la fragilidad presente en distintos ambientes de nuestra diócesis.
Los años recién pasados se caracterizaron por una crisis con rostros muy concretos:
- Una crisis social que llevó a muchos a la calle y a colocar en la discusión distintos temas que como país estamos tratando de hacernos cargo. Esta crisis evidenció la fragilidad de muchos niños y jóvenes que no tienen una buena educación, la fragilidad de muchos adultos mayores cuyas pensiones son insuficientes para vivir, la fragilidad de los empleos, la fragilidad de la creación que se ve sometida a intereses económicos exacerbados y en fin, la crisis de nuestro propio sistema político.
- Una crisis sanitaria producida por el COVID 19 y que ha tenido al mundo sometido a cuarentenas y todos los efectos que ello ha tenido. Ha sido uno de los tiempos más dolorosos que ha vivido la humanidad en el último siglo y nos ha mostrado la fragilidad en todas las facetas, desde la salud personal hasta la fragilidad de los sistemas de salud a nivel internacional.
- Finalmente, la crisis eclesial provocada por los abusos de poder y sexuales por parte de algunos miembros del clero. Esta crisis ha dejado en evidencia la fragilidad de nuestras relaciones al interior de la Iglesia y sobre todo, ha visibilizado la fragilidad de aquellos hermanos y hermanas que son más vulnerables en la sociedad y también en nuestras comunidades: menores de edad y adultos vulnerables.
Esta crisis ha sido uno de los elementos discernidos en comunidad y por ello, constituye la primera prioridad que tenemos como diócesis. Al respecto nos recordaba el Papa Francisco: «Jesús, el evangelizador por excelencia y el Evangelio en persona, se identifica especialmente con los más pequeños (cf. Mt 25,40). Esto nos recuerda que todos los cristianos estamos llamados a cuidar a los más frágiles de la tierra. Pero en el vigente modelo “exitista” y “privatista” no parece tener sentido invertir para que los lentos, débiles o menos dotados puedan abrirse camino en la vida. Es indispensable prestar atención para estar cerca de nuevas formas de pobreza y fragilidad donde estamos llamados a reconocer a Cristo sufriente, aunque eso aparentemente no nos aporte beneficios tangibles e inmediatos» (EN 209-210). La opción por los frágiles es uno de los elementos constitutivos de la misión de Jesús, que recalcó: «El Espíritu del Señor está sobre mí, me envió a anunciar la Buena Noticia a los pobres» (Lc. 4, 18).
Cuidar de la fragilidad es nuestra primera prioridad como diócesis que camina al centenario. Cada comunidad parroquial está llamada a abrir los ojos para reconocer los nuevos rostros de Cristo sufriente en su sector y como el buen samaritano, bajarse del caballo para hacerse cargo de los nuevos heridos de nuestro tiempo. Pbro. Ronald Flores Soto, párroco de San Alfonso, Cauquenes.