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Cómo crece el Reino de los cielos…

19 de julio 2020; Dgo. XVI del Tiempo Ordinario, c. A.

Jesús propuso a la gente esta parábola: “El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, ésta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas”. Después le dijo esta otra parábola: “El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa”. (Mt 13, 24-43)
El proyecto del Padre, se ha instalado entre nosotros, a partir de la presencia y de la acción salvadora de Jesús, a partir de la Encarnación; pero esta presencia del Reino supone una tensión en nuestra historia: el Reino de los Cielos ya está en medio nuestro, pero todavía no se manifiesta de manera plena; ya ha sido inaugurado, pero todavía espera el momento de su plenitud; ya está presente en la semilla, que contiene en sí todo lo que será el árbol cuando alcance su completa madurez, pero habremos de esperar con paciencia hasta ver el árbol repleto de frutos.
Entre este ya, del Reino anunciado e inaugurado por Jesús, y este todavía no, del Reino que se manifestará en su total esplendor al final de los tiempos, transcurre tenso el peregrinar de esta Iglesia santa, que, sin embargo, aloja en medio suyo la presencia misteriosa e inquietante del pecado: trigo y cizaña creciendo juntos: Trigo pródigo en engendrar tantas y tan diversas formas de santidad, a través del tiempo de este caminar y en medio de tantos lugares, de tantas realidades. Persistente y tenaz cizaña que opaca y sofoca el anhelo de santidad con la mezquindad, con la tentación del poder, con tantas torpes divisiones que carcomen el seno de tantas comunidades, con tan vergonzosos testimonios contrarios al Evangelio.
Cizaña sutil que se suele instalar en el corazón de quienes se creen más santos y jueces de sus hermanos y quisieran apresurar y administrar por cuenta propia con celo de inquisidor el tiempo de la siega y el juicio. Cizaña que no sólo se manifiesta en el pecado flagrante y grosero, sino también ese otro más insidioso y más dañino, que se enquista en el centro de la vida de las comunidades más religiosas que prefieren la pureza a la misericordia y a la acogida; pecado que pervierte la legítima aspiración de santidad en enfermiza obsesión de pureza, castrante y cauterizante, que se aterroriza ante todo contacto que amenace con la sola posibilidad de la contaminación; ése es el pecado de los siervos de la parábola, que por el celo con el que guardan el campo de su señor, no logran darse cuenta que la peor cizaña ya está instalada en lo hondo de sus corazones.
La buena noticia de estas parábolas radica en el anuncio insistente de la esperanza, de la confianza y de la paciencia: la cosecha vendrá a su tiempo, y allí podremos ver que la cizaña que cada día más parece haber sido sembrada a manos llenas en el campo de la Iglesia, no ha logrado acabar con el trigo, que la levadura ha fermentado y ha convertido la masa del mundo en buen pan para el banquete de los hijos, que la insignificante semilla de mostaza, plantada en la pequeña comunidad de los apóstoles, se ha transformado en un árbol que abriga a gentes de todos los pueblos y extiende sus ramas y sus renuevos dando sombra a la tierra entera.

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