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“Como el Padre me envió, así Yo los envío a ustedes” (Jn. 20,21)

El evangelio proclamado el segundo domingo de pascua, nos trae este mandato misionero de Jesús. Estamos en medio de este tiempo pascual, tiempo que no sólo recordamos, sino que también actualizamos la Pascua del Señor. La celebración de este gran Misterio debe provocar en nosotros, lo mismo que provocó en la comunidad de los apóstoles.  

En los evangelios encontramos dos tipos de mandatos misioneros. Unos realizados por Jesús antes de su pascua y otros, después de ella. Entre ambos hay una diferencia particular muy significativa. Mientras en los primeros, nos encontramos con una prohibición a salir a las naciones paganas y a las ciudades samaritanas (Cfr. Mt. 10,5), en los segundos, esos envíos son a toda la creación y a todas las gentes (Cfr. Mt 28, 19; Mc 16,15). Antes de la Resurrección del Señor, la misión de los apóstoles y de los 72 discípulos se centró en el pueblo de Israel, después de ella, se abrió a todos los pueblos con un alcance universal. Evidentemente, que la Resurrección tiene una importancia fundamental en esta apertura, que no será fácil ni para los apóstoles ni para las primeras comunidades cristianas.

Con la Resurrección, los mismos seguidores tristes y desesperanzados que lloraban ante la cruz, fueron transformados, por la fuerza del Espíritu, en hombres y mujeres alegres y valientes para predicar el Evangelio. El encuentro con Cristo vivo ha cambiado sus propias vidas, las ha llenado de sentido y de esperanza y comienzan a recordar todo cuanto el Señor les había anunciado. En este sentido, la Resurrección les lleva a alzar la mirada y traspasar las fronteras culturales y religiosas de su pueblo, y comprender que esa Buena Noticia debía ser predicada a toda la humanidad.

Como es de suponer, la misión no fue fácil, y no sólo por las persecuciones externas, sino también por lo que implicaba abrir el mensaje a otros pueblos y aceptar en la comunidad a personas que no provenían del judaísmo. Este proceso fue lento y muy delicado, incluso poniendo en riesgo la unidad de la misma Iglesia naciente, al querer imponer costumbre judía a cristianos provenientes de otros pueblos. Sin embargo, Dios iluminó a los apóstoles para comprender que el evento de la Resurrección tenía alcances universales y como lo dirá Pedro: “Si Dios les concedió [a los paganos] el mismo don que a nosotros, por haber creído en el Señor, Jesucristo, ¿quién era yo para estorbar a Dios?” (Hech 11,17). Esta convicción impulsará a los discípulos a salir y predicar a Cristo resucitado más allá de las fronteras del pueblo de Israel, asumiendo incluso las persecuciones y la misma muerte.

Por esta razón, el tiempo litúrgico de la pascua, es uno de los momentos más especiales para renovar nuestro compromiso misionero. Las lecturas de los Hechos de los Apóstoles nos animarán a mirar el compromiso misionero de esas primeras comunidades, que más allá de las dificultades que tuvieron, fueron capaces de discernir juntos, el caminar que Dios les trazaba y seguir haciendo presente en todos los pueblos la resurrección del Señor. Que el encuentro con el Resucitado nos anime también a nosotros a asumir con la valentía de los primeros cristianos, nuestro compromiso con la Misión del Resucitado, conscientes que contamos con la asistencia de su mismo Espíritu.

P. Ronald Flores CSSR

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