El Papa Francisco, solo ante una Plaza San Pedro vacía y en tiempos de pandemia, impartió la Bendición extraordinaria Urbi Et Orbi
Una tempestad en la historia
En la celebración se ha proclamado el milagro en el que Jesús calma la tempestad en medio del mar (Mc 4,35-41). El Papa, antes de la bendición, ha señalado que como en el texto bíblico “nos ha sorprendido una tormenta inesperada y furiosa” y “descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos”. El Papa se ha fijado en la “falta de fe de los discípulos”
para presentar las muestras de desconfianza desatadas por la situación actual. “También habrá sacudido a Jesús, porque a Él le importamos más que a nadie. De hecho, una vez invocado, salva a sus discípulos desconfiados”, señaló. Y es que, apuntó, “la tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas”. “La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos”, reclamó apelando a “nuestras raíces” y la “memoria de nuestros ancianos”.
“Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos”, prosiguió el Papa. Ante la prisa con la que vive el mundo, “codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material”, Francisco condenó que “no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo”.
Tiempo para elegir
La situación actual, recomendó el Papa, es un momento “para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás”. Siguiendo el ejemplo de tantas personas anónimas, “la fuerza operante del Espíritu” sigue plasmándose “en valientes y generosas entregas”.
Francisco elogió a todos los que no ocupan los titulares y están dándose a los demás: “médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos, pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo”. Y es que, sentenció, en el sufrimiento “se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos”.
La oración y el servicio como armas
Haciendo una llamada a la unidad, destacó la labor de quienes transmiten esperanza: “Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración”. “La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras”, añadió. “No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas”, reclamó también.
Para Francisco, “esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere”.
El Papa ha señalado la Cruz como el “ancla”, el “timón” y la “esperanza” a la que agarrarse en medio del “aislamiento”. “El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita”, añadió.
Invitando a desarrollar “nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad”, Francisco ha querido con la bendición especial transmitir el “abrazo consolador” de Dios porque “nuestra fe es débil y tenemos miedo”. “Señor, no nos abandones a merced de la tormenta”, ha concluido.
“Momento en el que el Papa Francisco imparte la bendición ‘Urbi et Orbi’ y pide al Señor por el mundo entero”.