
El Papa Francisco ha invitado a la Iglesia Universal a celebrar un Año Santo, o Año Jubilar, durante el 2025.
Esta institución religiosa, marcada por el júbilo, el gozo y la alegría, tiene sus raíces remotas en el Antiguo Testamento, donde se había establecido que cada 7 años se extinguían las deudas, se liberaba a los esclavos, y se dejaba descansar la tierra. (Dt y Lev).
Jesús se refiere a esta institución cuando al comienzo de su ministerio público proclamó, en la Sinagoga de Nazareth, que ha venido a anunciar “un año de gracia del Señor” (Lc 4,17-21, en sintonía con Is 61,1-2).
Sería el Papa Bonifacio VIII el primero en instituir un Año Santo en la cristiandad en el año 1300. A partir de ese momento se han celebrado cada 50 años y más recientemente cada 25 años.
El último Año Santo fue en 2015, cuando el Papa Francisco convocó a un Año Santo Extraordinario de la Misericordia. Antes, San Juan Pablo II había celebrado el Año Santo del 2000, al inicio del tercer Milenio de la Encarnación de Cristo.
Ya en sus inicios el Año Santo se caracterizó por la invitación a peregrinar a las Basílicas de Roma, donde están las tumbas de los santos Pedro y Pablo, y la sede del Papa.
Si uno está muy lejos, como nosotros, la peregrinación es la invitación a la Catedral de Linares. Y para los impedidos por la salud u otros motivos, es una peregrinación espiritual, interior.
La indulgencia plenaria
Una de las notas fundamentales del Año Santo es la posibilidad de recibir la Indulgencia Plenaria al cumplir con las condiciones establecidas por la Iglesia.
Cabe preguntarnos entonces ¿Qué es una indulgencia plenaria?
Esto dice relación al pecado y sus consecuencias en nuestras vidas.
El pecado es todo pensamiento, palabra, obra y omisión contrarios a la Ley de Dios manifestados en los Mandamientos y en la enseñanza del Señor en los Evangelios.
El pecado libremente cometido tiene dos dimensiones: la culpa y la pena.
La culpa es la ofensa a Dios. La culpa se borra en la confesión sacramental que me reconcilia con Dios, con el prójimo, con la Iglesia y conmigo mismo.
La pena es el castigo temporal que esa ofensa merece y que deberé saldar en el tiempo.
La pena se borra de dos maneras: ya sea en el Purgatorio, que es el lugar y tiempo de purificación de la pena antes de entrar en la plena comunión con Dios, o con la Indulgencia Plenaria, (es decir, completa) que elimina todas las huellas del pecado en el tiempo presente.
El catecismo dice: “La Indulgencia Plenaria es la remisión (eliminación, condonación) ante Dios de la pena temporal por los pecados ya perdonados en la Confesión”.
Así entonces, la Iglesia tiene la facultad concedida por el Señor de ofrecer recibir esta Indulgencia Plenaria cumpliendo ciertos requisitos.
¿Cuáles son estos requisitos aquí en la Diócesis de Linares?
- Peregrinar a la Catedral (o a la parroquia en el día de su fiesta Patronal) para participar de la Santa Misa (hasta el 18 de octubre del 2025).
- Recibir la Santa Comunión en esa Misa en estado de gracia, es decir, estando confesado a lo menos en el último año o no tener conciencia de estar en pecado mortal. En caso contrario, es necesario recibir la Confesión sacramental antes de comulgar.
- Orar por las intenciones del Papa Francisco. Puede ser el Padre Nuestro, Ave María y el Gloria.
- Hacer una obra de misericordia o de caridad con los más pobres.
La Indulgencia Plenaria se puede recibir cada vez que peregrinamos a la Catedral durante este Año Jubilar y ser ofrecida por sí mismo o por un difunto.
Peregrinos de la esperanza
El papa Francisco ha querido que el lema del Año Santo sea “Peregrinos de la Esperanza”.
Recordemos que la esperanza en una virtud teologal, es decir, que la da Dios directamente en el alma. Viene de Él y por ello hay que pedírsela.
No se trata solo de un optimismo natural, de un cálculo, de una posibilidad. Se trata de una certeza que se funda en la promesa de Dios y que tiene un nombre: Jesús de Nazareth. Solo en Él hay una esperanza que no defrauda.
Dice el Catecismo de la Iglesia 1818: “La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre, asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad”.
Y en el compendio del Catecismo 387 la define así: “La esperanza es la virtud teologal por la que deseamos y esperamos de Dios la vida eterna como nuestra felicidad, confiando en las promesas de Cristo, y apoyándonos en la ayuda de la gracia del Espíritu Santo para merecerla y perseverar hasta el fin de nuestra vida terrenal”.
Y finalmente en Fratelli Tutti 55 el papa Francisco nos entrega una hermosa reflexión sobre la esperanza cristiana:
“Invito a la esperanza, que «nos habla de una realidad que está enraizada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en que vive. Nos habla de una sed, de una aspiración, de un anhelo de plenitud, de vida lograda, de un querer tocar lo grande, lo que llena el corazón y eleva el espíritu hacia cosas grandes, como la verdad, la bondad y la belleza, la justicia y el amor… La esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna». Caminemos en esperanza.
Queridos hermanos:
En esta Semana Santa pidamos al Señor nos regale vivir de la verdadera esperanza, la del triunfo de Cristo, muerto y Resucitado.
Se lo pedimos por la intercesión de María, la Mujer de la esperanza.
+Tomislav Koljatic M.
Obispo
Nota fotografía corresponde a :
Apertura de la Puerta Santa en Catedral de Linares, octubre 2024.