Sembradores de Fe
A partir de esta edición, y rumbo a centenario de la Diócesis, queremos recopilar y compartir con los lectores, los testimonios, vidas e historias de las personas que se han destacado por su trabajo y servicio pastoral, dando origen y vida a muchas de nuestras comunidades, aquellos que, con su esfuerzo y perseverancia, silencio y dedicación han sembrado semillas de fe en tantas generaciones. Para nutrir y enriquecer este espacio, necesitamos la colaboración de todos, enviando material para ir destacando cada mes a un personaje que haya marcado la historia de nuestras vidas y comunidades, son muchos los catequistas, animadores, corresponsales, visitadores del 1%, buenos vecinos que han destacado en diferentes pastorales.
Este mes, agradecemos al P. Alejandro Quiroz, quien nos ayuda a recordar a Don Armando Antonio Valenzuela Parra, y a Gerardo que nos colabora narrando la biografía de su papá.
Antes que llegara la primavera de 1934, nace a la vida Armando Valenzuela Parra, en el Sector rural de Calle larga, hoy Comunidad el Sauce, hijo de un Minero de las salitreras del norte: Baudelio Valenzuela y de una dueña de casa Celmira Parra.
Con esfuerzo aprendió a labrar la tierra con su Padre, cuando este llega de vuelta de las Salitreras, que ya no comienzan a ser tan rentables como en sus inicios. De joven y gracias a las enseñanzas de su madre y de su familia que vivía alrededor, fue cultivando la fe en Jesucristo, y es así como inspirado en su búsqueda mas profunda por el Señor, llaga hasta la Parroquia San Francisco Javier, en la ciudad del mismo nombre, viajando desde el campo en bicicleta, caminando o con la ayuda de algún vecino que lo llevaba. Se integra a la “Sociedad Obreros de San José”, donde junto a los sacerdotes de la época (Mos. Solar y Mons. Juan Hidalgo Flores, entre otros), fue conociendo y amando cada vez más a Jesús, a quien veía cada día reflejado en los más necesitados, a los cuales servía y acogía con cariño.
Luego cuando se realiza la gran Misión General en San Javier forma parte de la fundación de la “Comunidad Cristiana Tomas Leyton”, donde estudian la Palabra de Dios y realizan acciones hacia los más necesitados, apoyando la creación y mantención del naciente Comedor Abierto, que creo en la Parroquia San Francisco Javier, el P. Jaime Vallet Aravena, y acompañando en las Eucaristías o Liturgias que se realizaban en la Cárcel local, para acompañar a los privados de libertad.
Formándose para servir mejor
A fines de los ochenta en adelante, se integra a los cursos de preparación de Ministros del Altar y Diaconado, a partir de lo cual comienza a visitar a los enfermos, llevándoles cada domingo la Sagrada Comunión, y acompañando comunidades rurales en las celebraciones dominicales de Liturgias de la Palabra y las misiones de verano. Impartiendo sacramentos como el Bautismo y despidiendo difuntos en la parroquia, cuando se lo solicitaban para apoyar el trabajo de los sacerdotes que muchas veces no daban abasto.
Ayudando en silencio
Junto con esto su fuerte eran las obras de caridad, ayudando siempre en silencio a las familias que pasaban por necesidades, ya sea por una desgracia que les había ocurrido o por la falta de recursos para satisfacer sus necesidades básicas. Es así que por muchos años anónimamente solicitaba ayuda y canalizaba la entrega de canastas a familias que no tenían para realizar una cena navideña o a personas de la tercera edad que vivían solos, en distintos barrios de San Javier.
Nunca quiso que le dieran las gracias o que lo reconocieran por estas acciones, ya que él decía que era un instrumento del Señor, y a Él había que agradecer y orar constantemente.
La fuerza y apoyo familiar
Junto a su compañera de vida, María Luisa Rosales Uribe, con quien alcanzó a celebrar 53 años de feliz matrimonio, formó una hermosa familia donde con cariño inmenso recibieron la llegada de sus 4 hijos: María Isabel, Armando Patricio, Gerardo Antonio y Margarita del Pilar. A quienes amó profundamente
Toda esta vida de apostolado la va alimentando por la oración diaria, el rezo del Rosario, la lectura cotidiana de la Sagrada Escritura y su participación en la Eucaristía, que la sentía como el motor de su vida.
A fines de los 90, recibe de manos de Mons. Carlos Camus el Ministerio de la Palabra y la Comunión, lo que para él fue muy importante, porque fue su consagración de servicio a Jesús el Señor, que lo manifestó siempre en sus acciones de servicio a los más necesitados de la Palabra de Dios, de consuelo, contención y amor, asumiendo de forma especial el apostolado de visitar a los enfermos a quien animó llevando la Sagrada Comunión.
Para Él era muy importante vivir cada día a la manera de Jesús en la familia, el trabajo, en el trato cotidiano con los demás, ahí es donde se vive y se manifiesta la encarnación del Señor, esto le apasionaba cada día con más intensidad. Por eso cuando comienza en su vida a manifestarse la enfermedad que lo llevaría a encontrarse con su Señor, sentía que aún tenía mucho por hacer, aún veía que era necesario dar a conocer cada vez más el amor de Dios, ya que en muchas realidades se dejaba de lado el Evangelio. Pero se fue entregando en las manos de su Señor, ofreciéndole su dolor y sus últimas fuerzas. Es así, que una noche de febrero de 2014, cuando le rodeaban su esposa y sus hijos, fue llamado a la presencia del Padre Dios, donde sin lugar a dudas goza el descanso eterno.
Memoria agradecida
En San Javier y sus alrededores, se le recuerda con gran cariño y gratitud, pues en su vida cultivó los valores que fue descubriendo en el Evangelio, amor a Dios, y al prójimo, respetando a todo aquel que se cruzaba en su camino, amando profundamente a su esposa, hijos y nietos. A sus vecinos a quien siempre tendió una mano, acompañándolos en diversas situaciones de la vida. Sintiéndose siempre parte de una Iglesia que tenía fortalezas y debilidades, amándola y siendo fiel a ella, en una frase y como lo dijo una vez un Sacerdote mayor cuando presentaba a un joven que era ordenado Sacerdote, “Fue un amigo de Dios y de los Hombres”.