Continuando con la reflexión de la misión como camino de reencuentro entre las personas en una sociedad reconciliada, queremos profundizar en otro aspecto que nos enseña el Papa Francisco en este interesante desafío de ser artesanos de la paz: la vivencia del perdón.
En los últimos años hemos visto surgir en nuestro país y en América Latina diversos conflictos que han desestabilizado la paz de la sociedad. Estos tienen un patrón común: la lucha por la justicia de los más pobres. El camino de reencuentro social debe tener este presente este desafío. Nos dice el Papa: «Si a veces los más pobres y los descartados reaccionan con actitudes que parecen antisociales, es importante entender que muchas veces esas reacciones tienen que ver con una historia de menosprecio y de falta de inclusión social» (FT 234). La misión no puede espiritualizarse de un modo que se desencarne de la realidad social de los predilectos del Reino, pues «quienes pretenden pacificar a una sociedad no deben olvidar que la inequidad y la falta de un desarrollo humano integral no permiten generar paz». Ser felices por trabajar como artesanos de la paz, es contribuir al diálogo social con los que han sido empobrecidos y marginados del verdadero progreso.
Otro aspecto que el Papa Francisco profundiza en este reencuentro social es el valor del perdón, sin desconocer que muchos no están muy de acuerdo en vivirlo. La misión cristiana es siempre un esfuerzo por vivir reconciliados no sólo con Dios, sino también entre nosotros y con la creación. Pero teniendo clara conciencia que, como dice Francisco: «no se trata de proponer un perdón renunciando a los propios derechos ante un poderoso corrupto, ante un criminal o ante alguien que degrada nuestra dignidad. Estamos llamados a amar a todos, sin excepción, pero amar a un opresor no es consentir que siga siendo así; tampoco es hacerle pensar que lo que él hace es aceptable. Al contrario, amarlo bien es buscar de distintas maneras que deje de oprimir, es quitarle ese poder que no sabe utilizar y que lo desfigura como ser humano. Perdonar no quiere decir permitir que sigan pisoteando la propia dignidad y la de los demás, o dejar que un criminal continúe haciendo daño» (FT 241).
La vivencia del perdón es tal vez algo que siempre nos cuesta vivir. Continuamente decimos: «yo perdono, pero no olvido». De una manera muy profunda el Papa nos dice al respecto: «el perdón no implica olvido. Decimos más bien que cuando hay algo que de ninguna manera puede ser negado, relativizado o disimulado, sin embargo, podemos perdonar. Cuando hay algo que jamás debe ser tolerado, justificado o excusado, sin embargo, podemos perdonar. Cuando hay algo que por ninguna razón debemos permitirnos olvidar, sin embargo, podemos perdonar. El perdón libre y sincero es una grandeza que refleja la inmensidad del perdón divino. Si el perdón es gratuito, entonces puede perdonarse aun a quien se resiste al arrepentimiento y es incapaz de pedir perdón» (FT 250)
En la antigua tradición de las misiones populares redentoristas estaba la figura del misionero reconciliador, quien trataba de reconciliar a las personas o familias que estaban distanciadas. La misión de cada cristiano o de cada comunidad no puede olvidar que tiene que aportar por potenciar encuentros reconciliadores en nuestra sociedad.