Muchas veces hemos escuchado a muchos cristianos decir que la Iglesia no se debe «meter en la política» o que por ser cristianos no tenemos que involucrarnos en política. Esta afirmación tiene sólo una parte de razón, en cuanto que la Iglesia no puede tomar partido por alguna tendencia específica, pero sí la Iglesia, al ser parte de la vida de la sociedad está llamada a contribuir a la acción Política (la gran política), que siempre debe buscar el bien común, en especial de los más desposeídos o de los asaltados en el camino.
El cap. V de Fratelli tutti tiene como título «La mejor política» y el Papa Francisco nos llama la atención a valor la política como camino de encuentro entre los hermanos. Nos pone en alerta en la desvalorización o abuso que muchas veces hacemos de términos derivados del concepto «pueblo». A menudo escuchamos crítica a algunas ideas y el modo de desprestigiarlas es acusándolas de «populismo». Al respecto, nos recuerda el Papa: «La realidad es que hay fenómenos sociales que articulan a las mayorías, que existen megatendencias y búsquedas comunitarias. También que se puede pensar en objetivos comunes, más allá de las diferencias, para conformar un proyecto común. Finalmente, que es muy difícil proyectar algo grande a largo plazo si no se logra que eso se convierta en un sueño colectivo. Todo esto se encuentra expresado en el sustantivo “pueblo” y en el adjetivo “popular”. Si no se incluyen se estaría renunciando a un aspecto fundamental de la realidad social» (FT 157). La vida de la misión al servicio a una mejor política debe ir dirigida a generar esta noción de pueblo, de saber que una sociedad crece cuando todos, y no sólo algunos, crecemos.
Posteriormente, la encíclica nos recuerda, que todas las relaciones sociales, y por ello, la acción política, deben estar inspiradas en el amor y nos dice: «reconocer a cada ser humano como un hermano o una hermana y buscar una amistad social que integre a todos no son meras utopías. Exigen la decisión y la capacidad para encontrar los caminos eficaces que las hagan realmente posibles. Cualquier empeño en esta línea se convierte en un ejercicio supremo de la caridad» (FT 180). Como hemos recordado siempre, la misión de cada cristiano y cristiana y de cada comunidad es aportar a la transformación de la sociedad con los valores propios del Reino de Dios, entre ellos, el más supremo: el amor (1 Cor 13,13). En estos tiempos, donde la acción política aparece tan criticada por todos, es importante que, como discípulos y discípulas de Cristo, seamos propositivos y más que criticar, seamos propositivos para contribuir a mejorar esta acción tan fundamental en el camino de una sociedad.