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Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Éste comenzó a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. El gentío le preguntaba: “¿Qué debemos hacer entonces?” Él les respondía: “El que tenga dos túnicas, de una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto”. Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron: “Maestro, ¿qué debemos hacer?” Él les respondió: “No exijan más de lo estipulado”. A su vez, unos soldados le preguntaron: “¿Y nosotros, ¿qué debemos hacer?”  Juan les respondió: “No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo”. Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si acaso Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo a todos: “Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias, Él los bautizará en el Espíritu Santo y el fuego. Tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero. Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible”. Y por medio de muchas otras exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Noticia. (Lc 3, 2b-3. 10-18)

El Evangelio de hoy nos dará razones para insistir en la alegría, a pesar del sombrío paisaje que nos suele pintar la incertidumbre: Juan el Bautista; el Profeta que ha de tener la misión de ser el precursor del Mesías, inaugurando con su predicación el tiempo nuevo, el tiempo del Señor;, es uno que irrumpe en la historia concreta de su pueblo y en la del mundo, asumiendo sobre sí las palabras de Isaías, urgiendo al pueblo a la difícil tarea de allanar las sendas de su corazón para hacerlas transitables al paso del Señor; apareciendo como el que asume el eco de la lejana voz de la esperanza de Israel, como uno que aparece desde las brumas de un tiempo pretérito: Juan se manifiesta en el desierto, vive como un ermitaño, como los antiguos Nazires, hombres consagrados al Señor, que abandonaban todo negocio humano para ocupar la vida entera a la escucha de Dios, para prestarle su voz, sus manos, sus pies, sus fuerzas, para anunciarlo con el testimonio de sus vidas, de sus palabras y actos.

Juan viene a proclamar con sus palabras y con su signo más característico: el Bautismo en el Jordán, la necesidad de purificación, la necesidad de abrirse por entero al Señor, para acoger su modo de mirar el mundo, de estar en él; para dejar actuar en nosotros su Gracia renovadora, en otras palabras: viene a proclamar la necesidad de la Metanoia, de la Conversión.

El primer motivo para la alegría en este Evangelio será la capacidad de apertura universal de Juan el Bautista; expresada por Lucas en la inclusión de la diversidad de los tres grupos que se acercan a preguntarle qué hacer. 

El primer grupo es anónimo, Lucas lo llama simplemente: “el gentío”; la multitud sin nombre que no se cansa de esperar, que logran descubrir en Juan una oportunidad para volver a alimentar su espera, para seguir caminando, un poco menos a tientas, un poco más consolados al tomar contacto con un hombre de Dios; es la muchedumbre formada por los que no cuentan, a menos que se los quiera emplear como mano de obra, o como primera línea en la batalla -esa que cae primero- es la muchedumbre de los pobres, mantenida en la ignorancia, sometida por el temor. No aparecen escribas, ni fariseos, ni notables de la ciudad en este grupo que se acerca a recibir el bautismo y que pregunta cómo vivir de ahora en adelante; se trata de la masa sin rostro que ahora, después del bautismo ha descubierto que puede hacer algo por sí misma, que está formada por cientos de rostros distintos y queridos cada uno por Dios, que son hombres y mujeres que se sienten llamados a colaborar con la obra que el Señor ha comenzado en ellos, por mediación de Juan, y por eso preguntan, porque han descubierto cuánto vale lo que cada uno puede hacer, cuando libremente acoge la urgencia del llamado. 

El segundo grupo está compuesto por Publicanos, los despreciados funcionarios del sistema de impuestos del Imperio, los hombres que perteneciendo al pueblo de Israel, se han doblegado sin más al poder de ocupación, y lo que es peor, han encontrado en él un nicho desde donde sacar provecho personal; son los colaboracionistas, los que se habían vendido sin chistar al poder de turno, y desde el lugar tras el cual se han parapetado, se las arreglaban, haciéndose cómplices de la opresión; son estos indeseables del pueblo de Israel lo que también se acercan a Juan para hacerse bautizar: han sabido o han sentido que también para ellos alcanza la gracia del perdón, que también ellos pueden responder a la llamada a la conversión, a la que gratuitamente se han abierto -lo sepan o no- cuando han hecho el gesto de encaminarse hacia el Bautista, recibir el Bautismo y disponerse a escuchar una palabra dicha para ellos. 

El tercer grupo está compuesto por soldados, Lucas no nos da mayores indicios que este nombre genérico; podemos suponer, por las costumbres a los que Juan los enfrenta: la Extorsión y la Delación, frecuentes en la soldadesca de las legiones romanas, que se trata de soldados de las tropas de ocupación, soldados a sueldo, lo que era característico de la Legión Romana; extranjeros y paganos. Si también ellos se acercan a Juan, es porque han comprendido que tampoco ellos están excluidos de la Buena Noticia del Bautista. 

Estos tres grupos van a constituir para Lucas un anticipo de los destinatarios del Evangelio, esos que declarará el Evangelista como los predilectos del amor de Dios: los Pobres, los Pecadores, los Ignorantes; a ellos: a los que no cuentan, a los despreciados, a los excluidos, se va a acercar decididamente Jesús cuando comience su ministerio, no serán sus adversarios, sino sus huéspedes y comensales, serán los llamados a llevar la delantera en el anuncio del Reino.

El segundo motivo para alegrarse radica en la índole de las recomendaciones que les hace Juan; probablemente ellos luego de su Bautismo, esperan difíciles pruebas de parte de Dios, tanto nos cuesta aceptar la Gracia, tanto nos cuesta hacer entrar la experiencia de la gratuidad del amor en las coordenadas de nuestra vida, acostumbrada a una lógica de merecimientos, a una lógica en donde todo tiene un precio, que los tres grupos se acerca a Juan para conocer el costo de la acogida que han recibido:  Y nosotros, ¿qué debemos hacer?… 

La sorpresa de ellos y su alegría tiene que haber sido grande cuando conocen las exigencias que el Bautista les pone: nada que escape a sus posibilidades ordinarias: manifestar su conversión practicando de verdad la justicia, la solidaridad, el respeto y el amor que se deben los que han experimentado el sentirse incluidos en la esfera del gratuito amor del Señor; hacer de estas acciones, que no son extraordinarias ni ajenas a sus respectivos ámbitos, la ocasión de anuncio de un nuevo orden de cosas, la ocasión de anuncio del querer de Dios; a la muchedumbre no se le exige más que hacerse solidaria, compartiendo de lo poco que pueden poseer para que todos los que van codo a codo en la marcha de la historia, puedan con dignidad seguir avanzando; a los publicanos no se les exige renunciar a su oficio, sino a practicarlo desde la justicia y caridad; a los soldados no se les exige renunciar al cuartel, sino actuar desde la probidad y el derecho, reconociendo al resto como hermanos, a los que no se les puede hacer violencia. Que la Conversión no sea cuestión de discurso, sino anuncio creíble, entusiasmada invitación para que también otros puedan saber y gustar que están incluidos en el plan del Señor.

El tercer motivo para la alegría lo proporciona la propia actitud de Juan el Bautista, al abrazar con gozo la misión de Precursor, al saberse parte de una historia que la escribe Dios, y ponerse al servicio de ella sin mezquinos protagonismos, para dejar que se acerque el Señor, para anunciar su llegada, para prepararle el camino, para hacernos descubrir, con los primeros tenues resplandores del alba, el día que está llegando.

En el momento actual que nuestra Iglesia y nuestra sociedad  está viviendo, la pregunta por las razones de la alegría se alza de un modo particularmente urgente, como asimismo, el requerimiento que fueron a hacer a Juan, a orillas del Jordán, la muchedumbre, los publicanos y los soldados: Y Nosotros, ¿Qué debemos hacer? para animarnos en la esperanza, para rectificar nuestras sendas, para volver a construir las confianzas heridas, para volver a ponernos de pie luego de la Pandemia, para que el anuncio de la Buena Noticia del Señor siga resonando creíble en los oídos de la humanidad, siga siendo una provocación que conmueva y desafíe las raíces de nuestras acciones y relaciones, siga siendo una invitación, que, al recibirla, nos  empuje a  apostar la vida entera por alcanzarla. 

Pbro. Raúl Moris Gajardo. Enc. Equipo Formación Diocesano

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