Estamos llegando, como siempre en el mes de octubre, a un hito en esta etapa 2020-2021 de nuestro Sínodo Diocesano, en el que ya hemos marchado durante 40 años; en el último tramo, en este tiempo de Pandemia que nos ha correspondido vivir, fuimos recogiendo algunos aprendizajes y al mismo tiempo hemos sido desafiados a reconocer nuestras Fragilidades, abrirnos a la conversión en la senda de la Comunión y la Sinodalidad y así llegar a ser esa Iglesia en Salida Misionera que nuestro tiempo precisa:
I.- Fragilidades
– Incertidumbre y desafección: Ante las dificultades que se han puesto de manifiesto en el contexto de las crisis, se ha evidenciado muchas veces la tentación de querer pasar de largo, profesando una fe que muchas veces parece más de discurso que de actitud. Esta inconsistencia entre lo que se dice y se hace, afecta el testimonio de la fe en medio del entorno social en el que nos corresponde interactuar.
– Los heridos en el camino por la crisis de la Iglesia del 2018: La crisis de la Iglesia chilena es una muestra de un clericalismo instalado en el centro de nuestra Iglesia, pero que también testimonia una cultura del abuso de poder que va más allá de la realidad eclesial. Esta situación nos emplaza a mirar con verdad, justicia y misericordia, tanto a quienes han sido víctimas de abuso, como a los ofensores, y a quienes esta dolorosa realidad los ha escandalizado.
– Una Iglesia llagada: Una consecuencia de esta realidad es el daño y descrédito social que le ha restado relevancia a la Iglesia, sin embargo, precisamente esta conciencia de las propias llagas, es la que nos puede volver a introducir en el camino de la empatía hacia los que sufren, el camino que pasa por seguir encarnando hoy la entrañable misericordia que nos vino a enseñar el Señor Jesús.
– Una Iglesia con una carga de Clericalismo y Autocomplacencia: se hace necesario un ejercicio continuo de Discernimiento para analizar las estructuras, las acciones, nuestras motivaciones y sobre todo esta nueva forma de relacionarnos al interior de nuestras comunidades. Además, esto nos permitirá salir del arraigo en miradas autocomplacientes. Es importante reconocer que el Espíritu Santo sopla transversalmente sobre la integridad del Pueblo de Dios, y que en esta asistencia podemos encontrar la lucidez para reconocer y superar los fallos, la cultura de abuso, y profundizar en la práctica de la fe.
– Solidaridad, Espiritualidad y Celebración: La experiencia de la solidaridad, que siempre se ha vivido en nuestras comunidades, se ha hecho más visible que nunca con la crisis sanitaria y económica, en los comedores solidarios, las ollas comunes, los equipos de ayuda fraterna, organizados principalmente por laicos, esta fragilidad se ha tornado fortaleza. Esta misión de cara a los “pobres” de este tiempo, también nos anima a ampliar el horizonte, para relacionarnos y tender redes hacia otras organizaciones que buscan y persiguen este mismo objetivo. Una cuestión pendiente en este nivel, es conectar la experiencia de la solidaridad con la celebración de la presencia del Señor en la Liturgia, vincular esos dos modos del anuncio, para celebrar la vida del Señor que nos mueve a salir de nosotros mismos y acudir en la búsqueda y ayuda de los hermanos, para presentarlos y presentarnos como ofrenda viva en la mesa del Señor.
II.- Comunión y Sinodalidad
– Pensar modos nuevos de vivir nuestra condición de discípulos y misioneros: Durante la Pandemia, el encuentro presencial se ha visto intervenido e interrumpido por el confinamiento sanitario, pero pudimos acudir a los recursos que estaban allí, en las Redes Sociales y comenzamos a hacer este nuevo aprendizaje, con dificultades, sabiendo que nada sustituye por completo al contacto directo, pero el acceso a las redes y a las nuevas tecnologías, ha permitido que muchas pastorales pudieran seguir en contacto para acompañarnos en la experiencia de la fragilidad humana que nos ha unido a la cruz de Cristo. Hemos descubierto nuevas formas de responder al desafío siempre nuevo, actual y permanente de ser una Iglesia más encarnada, presente en contextos vitales, en experiencias más existenciales, en nuevos espacios, que antes habíamos descuidado.
Nuestro trabajo sinodal, el ejercicio de pensar y rezar juntos cómo somos Iglesia, nos ha regalado la posibilidad de experimentar y comprender más concretamente, definiciones y paradigmas eclesiales, como los son el de Comunión y el de Sinodalidad, o el mismo concepto de Pueblo de Dios.
Nos desafía el poder adaptar los lenguajes y las formas de encuentro, de manera de que la virtualidad, que, pareciera llegó para quedarse, pueda ser una herramienta mejor aprovechada y más eficaz en este mismo camino del Discípulo en salida al que nos llama el Espíritu Santo en nuestro tiempo; lo que hace aparecer en nuestro horizonte próximo la necesidad de una actualización permanente para el buen uso de las Redes Sociales.
– Nuevas posibilidades y nuevos espacios de misión: Nos hemos vuelto a acercar al tesoro de la Palabra de Dios y al valor de estar juntos y de celebrar nuestra fe en comunidad. Un desafío que surge en este ámbito corre por el carril de la formación, de manera de aprender a orar con la Palabra, en Iglesia y con la Iglesia, aprovechando los insumos, la experiencia y la conducción de la Tradición y el Magisterio.
– Un Camino de Discernimiento hacia la Comunión y la vivencia de la Sinodalidad: el momento actual está marcado por el signo de la Comunión y Participación. Pensar y favorecer la experiencia de un laicado maduro, formado, discerniente, son emplazamientos mayores que tenemos que concretar en los proyectos y acciones diocesanas, decanales y parroquiales. Para llegar a ser “una Iglesia cada día más sinodal, profética y esperanzadora”, urge procurar que nuestras relaciones eclesiales sean más horizontales, menos clericalistas, más fraternas, con la conciencia de la misión común.
Nos urge, también el no quedarnos solo en documentos, declaraciones o eventos, sino que generar las transformaciones que nos permitan entrar en esta nueva etapa de nuestro caminar, más lúcidos, más corresponsables, más maduros en nuestra fe.
Una Iglesia que se vive en la experiencia de la familia: Con nuestros templos cerrados, la Iglesia Doméstica ha florecido, lo que nos llama a prestar atención a las familias nuevas, las que han ensanchado el modelo tradicional de familia, las que están viviendo bajo otros esquemas familiares, y también a aquellas que, por falta de formación, o por desencanto frente a la propia Iglesia, ya no se sienten preparadas para ser el reservorio de la fe. Necesitamos renovar nuestra Pastoral Familiar, revisar nuestra Catequesis; generar vínculos entre los distintos miembros de las familias y proporcionar insumos adecuados.
III.- Una Iglesia en Salida Misionera
– La Conquista del Territorio Virtual y Retorno a la presencialidad: El camino de la misión se ha abierto al mundo digital, que ofrece diversas posibilidades para anunciar a Cristo mediante una presencia con contenido, que refleje la vida y misión de cada una de las comunidades. Sin embargo, sin negar los grandes aportes de los medios tecnológicos, debemos reafirmar con fuerza, que esta vía no sustituye el encuentro presencial entre las personas. En el actual contexto, cada comunidad cristiana necesita realizar mayores esfuerzos para recuperar el dinamismo misionero que iba desarrollando antes de la pandemia y potenciarlo con los aprendizajes que hemos adquirido en este tiempo.
– Una pastoral integrada en el territorio: la Pandemia ha evidenciado la necesidad de pensar nuestra acción misionera integrada con otros y nos abre un camino misionero muy interesante: ser comunidades parroquiales no autorreferenciales, sino al servicio de las personas con las que nos encontramos en el día a día. Se hace necesario fomentar y formar líderes sociales cristianos que puedan ser este puente entre las comunidades y la sociedad civil, que se inserten en el tramado social, no para imponer creencias o ideas, sino que para ir en ayuda de quien lo necesita indistintamente de quien ejerza la acción social.
– La celebración de la fe y la vida: Los confinamientos y restricciones sanitarias nos han distanciado de las celebraciones de la fe en nuestras iglesias. Pero más que nunca se hace precisa vincular la vida con la celebración de la fe, solo desde esta unidad entre fe y vida, la liturgia se transforma en misionera, recogiendo las experiencias vitales e impulsando a vivir el evangelio en medio de la sociedad.
– La Pastoral urbana: un desafío para nuestra iglesia diocesana: Sin dejar de reconocer que en la diócesis siguen existiendo muchas comunidades rurales, en las últimas décadas estamos presenciando un permanente movimiento de personas hacia las ciudades. Se nos impone aquí el tema de generar una pastoral urbana que descubra la presencia de Dios en las ciudades y en medio del movimiento que cada pueblo tiene. La diversidad de las experiencias de fe urbanas son una riqueza más que una amenaza.
Recordemos el lema de nuestro Sínodo XLI y pongámoslo en práctica: ¡Haz esto y vivirás!
- Raúl Moris GaJardo
- Formación Permanente