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Llegamos a la tercera reflexión sobre el lema de la Asamblea Eclesial de nuestro continente, justo cuando el tiempo de escucha a las comunidades de ha terminado este 30 de agosto. Hemos reflexionado sobre los dos primeros aspectos, los de ser una Iglesia donde la misión es tarea de todos y en la cual todos somos discípulos de Cristo en la misión. La última parte de este lema hace referencia a una característica esencial de la Iglesia y recordada permanentemente por el Papa Francisco: ser Iglesia en salida. 

Tal vez, por mucho tiempo, los cristianos católicos sufrimos de un movimiento centrípeto en la vida de la Iglesia, es decir, un movimiento que siempre se dirigía al centro. Esto en la vida pastoral nos fue generando ser una Iglesia del templo, tanto así, que cuando como Iglesia, hablábamos (en especial los pastores) de temas que hicieran más referencia a la sociedad en su conjunto, muchas voces trataban o tratan de acallar esa voz, diciendo: “que la Iglesia se quede en la sacristía”. Este llamado evidentemente no puede ser acogido, pues la Iglesia está en medio de la sociedad, como lo recordaba un antiguo documento de los primeros siglos del cristianismo: “lo que el alma es el cuerpo, esto son los cristianos en el mundo” (Carta a Diogneto, s. II). El alma está en cada parte de su cuerpo y de ahí que la Iglesia se comprometa con la sociedad en su conjunto. Los gozos y las tristezas del mundo lo son también de la Iglesia, como también lo recordó el Concilio Vaticano II. Así pues, pertenece a la esencia de la Iglesia estar en medio de la sociedad. 

Para estar en medio de las mujeres y hombres de nuestro tiempo cada comunidad está llamada a mirar nuestros templos o capillas no como un refugio donde escapar del mundo, sino como el lugar del encuentro con Cristo en los sacramentos y con la comunidad, pero sin olvidar que cada templo debe ser un templo puertas abiertas. Abiertas para acoger a todos quienes quieren encontrarse con el Señor y la comunidad, pero abiertas también para salir a encontrarse con los nuevos rostros sufrientes de Cristo que se encuentran en medio de nuestro mundo. Sin duda, que en el templo nos viene la tentación de decir: “¡qué bien estamos aquí!”, como le dicen Santiago, Juan y Pedro a Jesús en la transfiguración (Mt. 17, 1-9), pero ese encuentro con el Señor sacramentado, debe ser impulso para los otros encuentros con Cristo en nuestros hermanos. En la misa en latín, al final se dice: ite missa est, que traducido literalmente es: “vayan, quedan en misión”. De ahí que cuando hablamos de la misa, hablamos de misión, de envío. Al término de la misa, no hay un cierre en sí misma (erróneamente a veces algunos dicen: “quedemos en la paz del Señor”), sino una prolongación: es un “podemos ir”, verbo que indica movimiento hacia afuera. Así aquellas puertas abiertas que nos acogieron, ahora se abren para que seamos una Iglesia en salida, para encontrarnos con el Dios que sale a nuestro encuentro en cada hermano y hermana, en cada acontecimiento del día a día. La salida es un modo de ser Iglesia, seamos aquellos “callejeros de la fe” que el Papa Francisco pidió a los jóvenes en Brasil.     Pbro. Ronald Flores. Párroco San Alfonso, Cauquenes

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