(Mt. 20, 18)
Estamos en medio del tiempo de cuaresma, y muchas de nuestras comunidades están retomando la acción pastoral, en la medida de lo posible, en medio de esta emergencia sanitaria. El Papa Francisco ha enviado un hermoso mensaje del cual quisiera aportar una lectura misionera al lema de este año.
El texto inspirador es ciertamente un camino misionero. Subir a Jerusalén tiene dos aspectos muy interesantes desde la espiritualidad misionera. El verbo subir implica una acción que nos mueve, tal como es el verbo salida (Iglesia en salida). Pero subir además implica un esfuerzo: no hay subida que no sea trabajosa. Siempre esta acción implica un desgaste de energías. Todos quienes hemos tenido la oportunidad de subir un cerro, una montaña, hemos experimentado el momento en donde pareciera que no seremos capaces de llegar a la cumbre. El camino de la misión es siempre un camino, no solo de salida de nuestras comodidades, sino también una acción de subida que nos exige esfuerzo, constancia, consumir energías. Es el camino que hacemos junto a Jesús hacia la cruz. Muchas veces, por cansancio físico o emocional, porque las cosas no resultan o porque sentimos que los desafíos nos superan, tenemos la tentación de retroceder hacia el punto de partida, sin embargo, el camino de la misión es un camino exigente que nos lleva hacia lo más alto de nuestras propias búsquedas, hacia el encuentro con Dios.
Toda subida tiene siempre un punto de llegada, y cuando estamos en la cima, nos olvidamos de todo el esfuerzo realizado y de las energías gastadas, pues en la cima podemos contemplar la inmensidad del horizonte que se nos abre. Es caminar hacia la Jerusalén, el lugar de la muerte, pero también el lugar de la resurrección y en el largo plazo, el lugar de la Jerusalén celestial, nuestro destino final. El camino de la misión tiene siempre esa triple dimensión: es un camino de esfuerzo, de fatiga, pero también de alegría de anunciar a Cristo y de transformar con su Palabra la sociedad y, además, de tomar consciencia que nuestra vida es un permanente subir a la Jerusalén celestial. Solo en la cima de la montaña, iremos descubriendo los inmensos horizontes de la misión que se nos ha confiado a la Iglesia. Replegados en nuestros templos o en nuestras comodidades, no seremos capaces de mirar cuan amplio es la misión a la que hemos sido convocados como cristianos y cristianas.
Finalmente, el camino de subida a Jerusalén, es siempre un camino comunitario, “estamos subiendo”. No sube cada uno por su cuenta, sino como una comunidad, un caminar con otros. La misión es ese caminar con otros (sínodo), para que con los demás, se pueda ir construyendo juntos el camino misionero que une a Dios con los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
La cuaresma que estamos viviendo, sea ese tiempo de caminar con otros, subiendo a Jerusalén, para que al terminar este camino podamos celebrar la resurrección del Señor y comunicar con alegría esta buena noticia al mundo, tan herido hoy por tantas circunstancias de la vida.
Pbro. Ronald Flores Soto. Párroco San Alfonso, Cauquenes.