Voz del Magisterio
Queridos hermanos:
Hace 10 meses, en un mercado de una ciudad en el centro de China, unas personas compraban algo de carne animal para consumir en sus hogares algunas horas después.
Sin embargo, esta carne estaba contaminada con un nuevo virus mortal para el ser humano y que nunca antes se había conocido. Al parecer, desde un murciélago había pasado a un animal y de allí al ser humano.
Esas personas se enfermaron y desde ese momento, cual un aluvión imparable, el virus mortal llegó a todos los rincones del mundo en cuestión de semanas.
Es el COVID 19 ya tan conocido por todos y que hasta la fecha (fines de julio) ha enfermado a 15 millones de personas en el mundo y ha matado a medio millón, la mayoría adultos mayores o personas con enfermedades anteriores, todo esto a pesar de las enormes restricciones y cuarentenas que hemos vivido este tiempo.
En Chile ya son 350 mil las personas contagiadas y más 9 mil los fallecidos hasta la fecha. Por cierto, es la primera causa de muerte en estos momentos en el país.
Hasta el momento, no es posible predecir con certeza cómo seguirá evolucionando la enfermedad ni cuándo tendremos disponible la vacuna.
Por otra parte, la pandemia ha desatado la más grande crisis económica y social de los últimos 90 años, solo superada por la Gran Depresión de los años 30, que comenzó en Estados Unidos y llegó también a todo el mundo, incluido Chile.
Las consecuencias de la enfermedad han golpeado las economías del mundo entero, provocando millones de desempleados, cientos de miles de empresas que han quebrado y el desconcierto de los gobiernos del mundo, incluido en nuestro, que se han visto superados ampliamente por esta crisis de magnitudes apocalípticas.
Los costos y perdidas económicas para los países, los gobiernos, las familias y las personas son incalculables.
Hoy somos definitivamente mucho más pobres que antes y la incertidumbre de lo que va a seguir sucediendo es enorme, paralizando al mundo entero y llevándolo a una crisis que todavía no se sabe cómo evolucionará. Hoy las preguntas son muchas más que las certezas y las respuestas.
Un mundo sorprendido en su rutina mundana
A estas alturas me parece que uno de los aspectos más impresionantes es que los líderes del mundo (y por cierto del país) no estaban preparados ni habían soñado jamás que un escenario tan complejo y crítico pudiese ocurrir alguna vez y en tan pocas semanas.
Nadie previó que una crisis de esta magnitud pudiera estar a la vuelta de la esquina.
De alguna manera, todos vivíamos enceguecidos por la prisa de la vida cotidiana, la rutina del día a día que nos atonta y nos hace olvidar lo importante para solo atender a lo urgente.
Como sociedad no tuvimos líderes que pudieran otear el horizonte más allá de la preocupación por el crecimiento económico, el afán del poder o de la codicia del lucro, acompañado del uso indiscriminado de la libertad personal sin contrapesos ni deberes.
Sin embargo, había señales que mostraban lo frágil de nuestra convivencia social y de los conflictos latentes.
Desigualdades, injusticias, abusos, discriminaciones, que durante tanto tiempo nos han acompañado y que con ocasión de esta crisis han explotado, haciendo tambalear todas las seguridades y proyectos en los cuales íbamos sin mayor reflexión.
Creo que no hemos tenido profetas ni testigos creíbles que nos indicaran horizontes más amplios, metas más altas, desafíos que nos humanizaran y nos hicieran soñar con una sociedad más justa, equitativa y solidaria.
También creo que la palabra de la Iglesia, particularmente la del Papa Francisco, fue silenciada e ignorada. Desde el inicio de su Pontificado ha denunciado al mundo entero estas injusticias y desigualdades. Basta revisar sus palabras y sus gestos para comprobar como él anticipaba que íbamos por un camino ciego e insensato, en que el centro de la vida social, política y económica, no era el hombre y la mujer si no el poder, la ganancia a cualquier precio y la autosuficiencia que olvida a Dios y su Ley. Como un profeta en el desierto nos señalaba a los migrantes, los pobres del mundo, los descartados, los no nacidos, los desplazados por las guerras… Pero no fue escuchado.
Al escribir estas líneas se me venía a la mente el pasaje de la Biblia en la cual se nos relata la construcción de la Torre de babel. «Edifiquemos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo. Hagámonos así famosos y no andemos más dispersos sobre la faz de la Tierra» Génesis 11. Ese pueblo creía poder construir un mundo sin Dios, que su obra llegara hasta el cielo, con la sola fuerza y talento humanos. La respuesta de Yahveh fue la confusión de los idiomas. Solo en Pentecostés, el Espíritu Santo haría hablar a los apóstoles en todas las lenguas conocidas, como señal de que Dios quería recomponer la unidad de los pueblos divididos y enemistados de la tierra.
Mirar la crisis desde Dios
Poco a poco ha crecido la conciencia de que de esta crisis (y de cualquier otra) nadie se salva solo. Todos
los líderes del mundo se están reuniendo para buscar con más humildad y mayor capacidad de escucha,
caminos y compromisos de acción que permitan a la Humanidad vencer esta enfermedad y recomponer la fraternidad tan degradada y maltratada por la ceguera humana y la idolatría del poder y del dinero.
No se trata de volver a lo mismo de antes. Se trata de avanzar hacia una sociedad nueva, más justa,
solidaria y fraterna.
Un signo de este espíritu solidario que muestra un camino es el de los comedores solidarios. Por todas
partes han brotando estas iniciativas que procuran atender la primera necesidad humana: la de comer.
En este mes de agosto, Mes de la Solidaridad en homenaje y recuerdo del querido Padre Hurtado, hemos
querido destacar a nuestros comedores parroquiales, los cuales han reaccionado de una manera
extraordinaria para responder a las nuevas necesidades del momento.
En cuadro aparte (Pág.3) podemos ver dónde están estos Comedores y a cuantas personas están atendiendo actualmente.
En una palabra, podemos decir con admiración y gratitud, que antes de la pandemia en la diócesis se
entregaban unas 100 raciones de alimentos por día, en promedio. En estos momentos de crisis estas llegan a más de mil al día. Y lo más hermoso es que todo es hecho por personas voluntarias, especialmente mujeres. Los alimentos son recogidos por voluntarios en las ferias y otros son llevados por personas a los comedores en un gesto solidario.
Quisiera agradecer también el aporte del Banco de Alimentos que colabora con extraordinaria generosidad desde ya hace unos años.
Denle ustedes de comer
Jesús antes de la multiplicación de los panes les dice a los apóstoles: “Denles ustedes de comer”. La
generosidad de un joven permitió que de 5 panes y 2 peces se logrará esta tarea humanamente imposible de lograr sin la ayuda divina.
Le pedimos al Señor que siga bendiciendo a tantos y tantos que se la han jugado en estos meses tan duros, incluidos el personal de la salud y otros, para hacer posible una vez más el milagro de la multiplicación de los panes, y sobre todo, que nos ilumine a los dirigentes y los ciudadanos de esta tierra bendita para ser capaces de construir, con el aporte de todos, esa tierra justa, pacífica y buena con todos y cada uno de sus hijos e hijas, en que la lógica de la vida sea el compartir y no el de atesorar, la de servir y no la de dominar.
Les invito a seguir orando y trabajando sin desfallecer por el bien de los más pobres, a ejemplo de San
Alberto Hurtado.
+Tomislav Koljatic M.