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La defensa de la vida amenazada, la fragilidad de los sin voz

El «avance» de la sociedad no puede realizarse a costas de seres indefensos. Quienes creemos en el Señor de la vida, no podemos dejar de luchar, en primer lugar, por la defensa de la vida humana en todas sus fases. También como cristianos y cristianas corremos el riesgo de acomodarnos a los nuevos tiempos y hacer parecer como verdad lo que no es verdad, o de adherir a frases y slogans que crean falsas realidades y relativizar derechos fundamentales del ser humano, entre ellos, el más importante: el derecho a la vida.

Defender la vida desde el inicio, como lo recuerda el Papa Francisco, «supone la convicción de que un ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y en cada etapa de su desarrollo. Es un fin en sí mismo y nunca un medio para resolver otras dificultades. Si esta convicción cae, no quedan fundamentos sólidos y permanentes para defender los derechos humanos, que siempre estarían sometidos a conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno» (EG 213). En este sentido, nos recuerda que: «precisamente porque es una cuestión que hace a la coherencia interna de nuestro mensaje sobre el valor de la persona humana, no debe esperarse que la Iglesia cambie su postura sobre esta cuestión. Quiero ser completamente honesto al respecto. Éste no es un asunto sujeto a supuestas reformas o “modernizaciones”» (EG 214).

La defensa de la vida no siempre resulta un discurso aceptado por todos, ni mucho menos popular, pero es algo inherente a la predicación del Evangelio y debemos ser capaces también de estar en contra de una cultura que defiende los derechos de unos, pero transgrede los derechos de otros más indefensos. La libertad personal termina donde comienza la libertad del otro, aunque ese otro todavía no haya nacido. Hacernos cargo de las fragilidades, es comenzar a hacerse cargo de la defensa de los más vulnerables de todos, los que están por nacer, aunque esa no sea la moda más actual.

En la Edición de marzo, nos hemos referido a la prioridad que como diócesis hemos realizado de hacernos cargo de las fragilidades y de los más vulnerables, que son siempre los predilectos del Señor. Sin duda que, entre los más frágiles, los niños y niñas que están por nacer ocupan el primer lugar, pues son vidas que se están formando y que no tienen voz para defender sus derechos. Cada comunidad cristiana está llamada, como lo ha hecho en otros momentos, a ser la voz de los sin voz. Ayer fueron personas perseguidas por pensar distinto, hoy son estas vidas, creadas y animadas por Dios, los que no tienen como defenderse y claman por ayuda para que sus vidas no sean eliminadas. 

 

 Ronald Flores Soto. Párroco de San Alfonso

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