El Papa San Pablo VI nos recordó que evangelizar consiste en «llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad» (EN 18), por lo que pudiésemos decir, que evangelizar es humanizar con la fuerza del Evangelio. Teniendo presente esta enseñanza, miraremos el tercer capítulo de Fratelli Tutti bajo esta perspectiva: la misión como servicio a. la construcción de un mundo más abierto y humanizante.
El Papa Francisco, nos recuerda que el ser humano solo logra ser más pleno en la medida que este se entrega a los demás, que se abre a generar relaciones con otros, pues la vida existe allí donde hay vínculos, comunión y fraternidad y por el contrario la vida muere donde se generan espacios cerrados, islas que nos alejan de los otros: nadie alcanza su plenitud humana aislándose (FT 87 89).
Debemos reconocer que, en nuestra sociedad, las relaciones se han ido encerrando cada vez en grupos más pequeños, llegando en muchos casos a vivir en un individualismo que mata la humanidad. Esta situación nos afecta en diversos ámbitos, incluso en la vida de nuestras comunidades cristianas, donde encontramos los grupismos, o nos relacionamos sólo entre los parroquianos, o los que son de mi agrado.
La misión de la Iglesia en salida es una tarea al servicio de un mundo abierto a la relación con los demás y a la constricción de comunidades inclusivas, donde se valora el encuentro con los otros que son distintos a nosotros. Es la pedagogía del encuentro que enriquece a todos y que expresa de mejor modo la diversidad obrada por el Espíritu de Dios. Este camino de apertura a los demás es fruto del amor (FT 93 – 95), y por el contrario, la incapacidad de salir al encuentro o de vivir la hospitalidad es fruto del desamor y el egoísmo. Esta apertura es exigencia para toda la humanidad, pero mucho más para los discípulos del Señor que nos debiésemos identificar en el modo como amamos (Cfr. Jn 13,35). No nos está permitido encerrarnos como un «gigante egoísta», pues quien lo hace, terminan bebiendo la amargura de la soledad.
Especial atención para la misión de los cristianos es ocuparse de aquellos «exiliados ocultos» (FT 98), aquellas personas que la sociedad ha exiliado e invisibilizado. Ellos son parte de nuestras comunidades parroquiales y muchas veces pasamos y no los reconocemos, tal vez porque vamos muy preocupados de «llegar al templo»: son los rostros de migrantes que sufren hoy el menosprecio, de enfermos que cargan pesadas cruces, de minorías sexuales que se sienten marginadas de nuestras comunidades, de internos de las cárceles, de personas en situación de calle. En esas periferias existenciales, donde la propia vida y existencia está amenazada, es donde más se necesita de una misión humanizadora.
La misión, entendida como servicio a la construcción de un mundo más abierto nos exige a todos entrar en relación con otros y hacer de nuestras comunidades, lugares de hospitalidad e inclusión, que nuestras parroquias sean realmente casas para todos y todas. Pbro. Ronald Flores Soto. Párroco de San Alfonso, Cauquenes.