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En este mes de octubre, mes del Sínodo Diocesano, démonos un tiempo para reflexionar el Evangelio inspirador del proceso de Sinodalidad y Discernimiento, que estamos recorriendo en nuestra Diócesis y en la Iglesia que peregrina en Chile… Pbro. Raúl Moris G. (Equipo Diocesano de Formación)

25Un maestro de la Ley se levantó y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?” 26Jesús le preguntó a su vez: “¿Qué está escrito en la Ley?, ¿Qué lees en ella? 27Él le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, y con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo” 28Entonces Jesús le dijo: “Has respondido bien; haz esto vivirás”. 29El maestro de la Ley, queriendo justificarse le volvió a preguntar: “¿Quién es mi prójimo?” 30Jesús tomó la palabra y dijo: “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, quienes, después de despojarlo de todo y herirlo, se fueron, dejándolo por muerto. 31Por casualidad, un sacerdote bajaba por el mismo camino, lo vio, dio un rodeo, y pasó de largo. 32Igual hizo un levita, que llegó al mismo lugar, dio un rodeo y pasó de largo. 33En cambio, un samaritano, que iba de viaje, llegó a donde estaba el hombre herido, y al verlo, se conmovió profundamente, 34se acercó y le vendó sus heridas, curándolas con aceite y vino. Después lo cargó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un albergue y se quedó cuidándolo. 35A la mañana siguiente, le dio al dueño dos monedas de plata y le dijo: “Cuídalo, y si gastas de más, te lo pagaré a mi regreso”. 36 ¿Cuál de estos tres te parece que se comportó como prójimo del hombre que cayó en manos de los ladrones?” 37El maestro de la Ley respondió: “El que lo trató con misericordia”. Entonces Jesús le dijo: “Tienes que ir y hacer lo mismo”. (Lc 10, 25-37)

 

Para tener en cuenta…

 

El proceso sinodal que estamos vivendo en la Iglesia chilena, que marcha hacia el horizonte de la 3ª Asamblea  Nacional Eclesial, y también nuestro propio XLI Sínodo Diocesano, está animado por el Evangelio del Buen Samaritano, esta Historia de Camino, propuesta por el Señor para iluminar el andar de este Pueblo en salida, relato que nos recuerda que somos discípulos peregrinos, que vamos haciendo de la ruta el lugar en donde acompasar nuestros pasos al ritmo de Sus pasos, que nos conducen y nos instruyen; relato que ocurre en la senda que discurre entre Jerusalén y Jericó; y que nos invita a revisar dos cuestiones vitales: cómo estamos siendo fieles con Aquel cuya Palabra nos ha movilizado, y cómo nos vamos vinculando con los que salen a nuestro encuentro en el trayecto, o mejor, con aquellos respecto de los cuales nuestro empeño ha de ser aproximarnos para construir con esos, los otros, el nos-otros, que ha salido a buscar el Señor. 

 

El Evangelio parte con un desafío: Detenerse a revisar la hoja de ruta: La puesta en escena de la situación en donde Lucas ubicará la Parábola del Buen Samaritano son una interpelación para darnos un momento de revisar el mapa de nuestro itinerar: Reconocer, “¿Qué está escrito en la Ley?”  Interpretar “¿Qué lees en ella?” Poner en práctica: “Haz esto, aprópiate de esa Palabra, de manera que su puesta en acción, en tu propia vida, le restituya su intención primera: ser anuncio profético. Pero también son una promesa: “Y vivirás”; estos serán los momentos que habrán de marcar no solo la relación de ese Maestro de la Ley con la Palabra, sino de todo cristiano que cae en la cuenta de que esta Palabra, custodiada transmitida y venerada por el Pueblo de Israel y por la Iglesia, es precisamente una invitación punzante y eficaz, una provocación que, de parte del mismo Dios se ha extendido a la humanidad.

 

Los siguientes desafíos a los que nos emplaza el Señor están al interior de la parábola: 

Transitar desde el Yo a los Otros: Cuando pregunto ¿Quién es mi prójimo? el centro está puesto en mí mismo, lo que va a proponer la Parábola del Buen Samaritano, con la que responderá Jesús, será el descentramiento de la pregunta: del egoísmo al altruísmo, que en su sentido más profundo; no es otra cosa que seguir el ejemplo del propio Jesús, siempre en referencia al Padre, nunca centrado en Sí mismo, encarnado “por amor a nosotros y por causa de nuestra salvación” hacia allá apunta el Señor al concluir la parábola: ¿Quién se comportó como prójimo del hombre asaltado?

Salir de nosotros mismos para descubrir la presencia de los otros. El prójimo no se descubre reactivamente, preguntándonos quiénes habitan nuestro espacio cercano de relaciones, sino proactivamente, saliendo de nosotros mismos al encuentro, poniendo a los demás no como objetos en nuestro propio y particular paisaje vital, en donde somos señores y protagonistas, sino aprendiendo a descentrarnos, para situar en el centro a aquellos sujetos, en los que ha fijado la mirada el Padre: los pequeños y los pobres. 

Cambiar la dirección, desde una mirada vertical a un mirar y escuchar que nos situa en el plano horizontal de la compasión: El sacerdote y el levita aparecen fugazmente, y pasan de largo, sin duda, eran hombres piadosos, alguna plegaria se habrá elevado desde sus labios, pero hasta allí llegó su preocupación; la verticalidad de su posición les impidió hacer más; o peor aún, la verticalidad de su mirada, desde la cual no se descubre al herido que reclama de nosotros la compasión entrañable a partir de la cual puede volver a levantarse, los terminó convirtiendo en cómplices de los salteadores: los primeros, con su actuar malhirieron directamente al hombre que bajaba por el camino; los segundos, con su indiferencia, ahondaron en las heridas, quizá ahora con una más profunda y sangrante, clavada en la confianza que este hombre había puesto en el Dios, cuya sede hacía santa a Jerusalén, desde donde venía bajando, al igual que estos otros dos, reconocidos servidores de este mismo Señor.

Si la verticalidad de la mirada nos puede volver impermeables ante el dolor de los otros, haciéndolo ajeno a nuestro sentir, en un acercamiento horizontal, el samaritano se descubre a sí mismo y se hermana con el hombre yaciente: ese herido del camino, que reclama su proximidad, podría haber sido él, cómo no ofrecer el más delicado de los cuidados al que sufre, si uno mismo sabe cuánto duelen los golpes y con cuánta gratitud se recibe al que gratuitamente se detiene para brindar asistencia.

Acercarse, curar y vendar: El dolor del herido, conmueve y estremece las entrañas del samaritano; -la misma reacción que los Evangelistas testimonian como  propia de Jesús frente a los más frágiles- esa compasión se valida y manifiesta transformándose en acción concreta, en obra de misericordia, de solidaridad eficaz frente al que sufre. 

Construir con los Otros un Nos-Otros: El sacerdote y el levita aparecen fugazmente, pero pasan de largo; en la memoria de la Parábola permanecen el samaritano y el posadero, que se involucran y vinculan. El comprometerse compasivo en la suerte del herido, nos despierta la urgencia y la capacidad de buscar y asociar a otros: la figura del Posadero, al que el samaritano convoca en su compasión, al punto de invitarlo a hacerse cargo con él de ese huésped, con gestos de cuidado que van más allá de lo que su propio oficio le exigiría, nos recuerda que la compasión se extiende por contacto, la conmoción de las entrañas puede contagiarse a otros, no es monopolio ni exclusividad nuestra; podemos y debemos salir a buscar -y sin duda, encontraremos- a otros con quienes tender vínculos e incluirlos en la tarea de entretejer redes en las que se manifieste ese proyecto de humanidad con la que el Padre ha estado soñando desde la Creación. 

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