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En el número anterior de nuestro periódico diocesano Buena Nueva, nos centramos en la primera parte del lema de la Asamblea Eclesial Latinoamericana y del Caribe, el asumir la tarea de la corresponsabilidad de todos los miembros de la Iglesia en la misión de la Iglesia. En este número queremos mirar lo que ha significado aquella expresión «discípulos misioneros».

En los preparativos para la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano realizada en Aparecida – Brasil en 2007 se hablaba constantemente de discípulos y misioneros, que fue el tema de esa conferencia. El Papa Benedicto recordó en el mismo encuentro que no se trata de dos aspectos de la vida de un cristiano, sino que son dos caras de la misma medalla: discipulado y misión (Discurso Inaugural), por lo tanto, debemos hablar más bien de «discípulos misioneros» y no de «discípulos y misioneros». Entonces, queremos dar algunas breves líneas de lo que significa ser discípulo misionero. 

En el ámbito de las artes, muchas veces se habla de un discípulo de tal o cual artista. Esto sucede cuando un aprendiz se ha educado en las artes en contacto con un artista maestro, de tal modo que, aunque el discípulo desarrolle algunas características personales, hay trazos, estilos, colores, formas, que son tomadas de su maestro. Así el aprendiz se identifica completamente con él, pero manteniendo rasgos también personales. El discípulo o discípula de Jesús, es alguien que sigue sus líneas fundamentales y su estilo de vida, tal como Él mismo lo señaló: «en esto los reconocerán que son mis discípulos: en el modo como se aman» (Jn 13, 35). Esta es la característica que da más identidad al discípulo de Jesús. 

Cuando hablamos de «discípulo misionero», hacemos referencia a otra característica fundamental del ser cristiano: la participación en su misión. El encuentro con Jesús, su escuela de discipulado se hace en el camino de la misión, y por ello se transforma en discipulado misionero. No puede haber un discípulo o discípula de Jesús que no comunique la alegría del encuentro con Él, y en este sentido, el discipulado se transforma en discipulado misionero: seguimos a Cristo en el camino de la misión. Esta consciencia misionera no siempre ha estado tan presente en nuestras comunidades. En muchas ocasiones nuestros esfuerzos se han centrado principalmente en tratar de vivir personalmente como cristianos, pero sin sentir que tenemos una responsabilidad en el anuncio del Evangelio a los demás. Hoy nos encontramos en este desafío: asumir la misión como uno de los elementos que nos identifican como seguidores del Señor. La misión se transforma de esta manera en un lugar de encuentro con el Señor, con los hombres y mujeres de nuestro tiempo y en un signo del amor por los demás, en especial, por quienes no conocen o se han alejado del Señor.

Ser discípulo misionero de Jesucristo es una tarea que exige una conversión de cada uno de nosotros y la transformación de nuestras comunidades, de tal modo que, desde el encuentro con el Señor Resucitado, seamos cada vez más una Iglesia en salida y descubramos que cada uno de nosotros «es una misión» en medio de nuestra sociedad.

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