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Estamos ya casi llegando al final del tiempo de pascua, tiempo en el cual se han recordado los encuentros de los discípulos y discípulas con el Señor Resucitado. Cada uno de esos encuentros transformó a los discípulos en comunicadores de la alegría de la resurrección. Este es el punto de inicio para cualquier transformación misionera de nuestras comunidades y de cada cristiano. Pasar de una pastoral de «mera conservación a una decididamente misionera», como lo piden los obispos en Aparecida (DA 370), exige transformarse en una «pastoral más pascual», donde cada cristiano comunique por desborde de alegría, su experiencia con Cristo Resucitado. Es el acontecimiento pascual el que impulsa a los misioneros, partiendo por el hermoso testimonio de las primeras testigos de la resurrección (Jn. 20, 18).

«Así como me envió el Padre, yo también los envío a ustedes. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo» (Jn. 20, 21-22)

Ahora nos acercamos a la fiesta del Espíritu, que como lo recordó el Papa Juan Pablo II, es el «Protagonista de la misión» (RM 21). En efecto, Jesús, desde aquel momento en la sinagoga de Nazaret, donde se aplicó a sí mismo las palabras del profeta Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí», inició su predicación pública. Con la fuerza del Espíritu, la Buena Noticia a los pobres comenzó a anunciarse por los pueblos y la gente quedaba sorprendida por lo que escuchaba y veía. Del mismo modo, los apóstoles, una vez que son enviados por Jesús, como lo relata Juan, reciben el Espíritu que los hará valientes y audaces testigos de la resurrección y anunciadores del Reino de Dios. Como vemos, la misión de Jesús y la misión de la Iglesia comienzan con la fuerza del Espíritu. 

La apertura de cada cristiano y de cada comunidad al Espíritu Santo es siempre camino de emprendimiento de nuevos y amplios caminos de la misión. Es la fuerza del Espíritu que nos moviliza para salir de nuestros templos a anunciar a Cristo, es la luz que ilumina el caminar misionero de cada comunidad y es el fuego que hace arder los corazones de cada misionero que descubre que no puede callar la experiencia del encuentro con el Señor Resucitado. Es el Espíritu que hace nuevas todas las cosas y por ello, quien renueva la vida de cada comunidad cristiana, pero es siempre una acción que requiere que nos dejemos mover por esa fuerza de Dios, que abramos nuestros corazones y el corazón de cada comunidad para que Él obre en nosotros. Hoy siguen siendo válidas las palabras de san Juan Pablo II: «nuestra época, con la humanidad en movimiento y búsqueda, exige un nuevo impulso en la actividad misionera de la Iglesia. Los horizontes y las posibilidades de la misión se ensanchan, y nosotros los cristianos estamos llamados a la valentía apostólica, basada en la confianza en el Espíritu ¡Él es el protagonista de la misión!» (RM 30). Que, así como el encuentro con el Resucitado alegró nuestro corazón, el Espíritu nos impulse y nos ayude a ser comunidades en salida. Feliz fiesta de Pentecostés. Pbro. Ronald Flores. Párroco San Alfonso, Cauquenes

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