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Cómo enfrentar en Familia, Iglesia Doméstica, la Pandemia

«La experiencia de la pandemia ha puesto de relieve el papel central de la familia como Iglesia doméstica y ha subrayado la importancia de los vínculos entre las familias”

La llegada del COVID-19 ha traído consigo una serie de desajustes y desequilibrios de todo tipo, en donde el aspecto psico-espiritual también se ha visto afectado. Desde que comenzó esta pandemia, creyentes y no creyentes de todo el mundo; como así también nosotros los católicos, hemos realizado esfuerzos de todo tipo para tratar de comprender a la luz de la fe y la razón, el sentido de la pandemia.

El virus, también nos ha obligado a replegarnos a nivel físico y psicoespiritual.  Hemos tenido que abandonar las parroquias y capillas y reordenar nuestra casa-hogar, para hacer de ella, nuestra pequeña “Iglesia doméstica”, una porción de Iglesia que ha tomado una fuerza increíble en este tiempo. Podríamos decir que la figura de “Iglesia doméstica” ha cobrado un mayor sentido, producto del coronavirus. Una iglesia hogar, que sale de los templos y se encarna en lo que le sucede al mundo. La idea de iglesia doméstica, nos puede ayudar a comprender aquella dimensión de nuestro ser que dice relación con nuestra casa, es decir, nuestro hogar, nuestro interior.

Es inevitable no ponerse ansioso ante el panorama incierto que plantea la actual situación sanitaria. El miedo, la desorganización, el enojo, la tristeza, el aburrimiento etc. (por nombrar solo algunos elementos), nos abruman y desintegran. Es por eso que no cabe duda alguna, que la pandemia es un agente estresor, que puede llevarnos hasta la angustia y desesperación total. Adicionando las cuarentenas, permisos para desplazarnos, cumplir con todas las normas sanitarias obligatoriamente, el temor a enfermarnos, no poder ver y abrazar a nuestros seres queridos, aislarnos. No poder asistir a la Santa Misa, confinamiento total.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                

Por otra parte, desde la óptica de la fe, nos vemos confrontados con preguntas existenciales que nos llevan a preguntarnos, por ejemplo: ¿Qué lugar ocupa Dios en todo esto?, ¿Por qué Dios permite el sufrimiento y la muerte de tantos hermanos?, ¿Qué sentido tiene creer cuando Dios parece no escucharnos? ¿Tiene sentido el dolor? Éstas y otras tantas preguntas vitales transitan y colisionan muchas veces sin respuesta en nuestra cabeza.

En una crisis como la que vivimos actualmente, tenemos que ser capaces de poner en contexto lo que sentimos para reconocer las emociones que afloran en situaciones límites y de esta manera, obtener las herramientas pertinentes para gestionar nuestras crisis y caminar hacia la transformación y ordenamiento de nuestro hogar, animados por todos con quienes convivimos en nuestra iglesia doméstica y el mundo, en este escenario pandémico.

De la misma forma, nuestro esfuerzo debe centrarse en entrar a nuestra habitación para ser capaces de reconocer ese espacio sagrado que es nuestra psiquis y dialogar con nuestros sentimientos, con el miedo, el enojo, el aburrimiento, para buscar la manera de encontrar el sentido a la desorganización producto de la contingencia que azota al mundo.

Nuestro hogar nos da seguridad, allí somos libres, somos verdaderamente nosotros mismos. El hogar es el espacio sagrado y litúrgico en donde nos reunimos como familia en torno a la mesa para compartir el pan y la vida, para celebrar, para llorar, para orar, para abrazarnos y contenernos. Es el lugar en donde nos encontramos en comunión plena unos con otros. Pero no obstante eso, el hogar también necesita ordenarse, limpiarse, renovarse, cambiar de lugar los muebles, necesita que entre aire para que purifique y renueve el ambiente.

“Cuando reces, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está allí, a solas contigo” (…) [Mateo 6,6]. La habitación es una hermosa imagen en donde podemos integrar en un diálogo profundo con Dios, aquellas partes disgregadas de nuestro ser producto de la pandemia. Los miedos y preocupaciones las ponemos en manos de Dios, para purificarlas y caminar hacia una integración armoniosa de los diversos elementos que componen nuestra vida.

La casa, es el lugar en donde moran nuestros sueños y preocupaciones, es donde aprendemos y absorbemos el andamiaje cultural que nos permitirá a desenvolvernos bien o mal en la vida. La casa es el espacio físico y psicoespiritual, en donde la vida danza, se recrea y transforma en compañía de la familia, los amigos, la comunidad y nosotros mismos.

En nuestra casa aprendemos en la relación con el otro a gestionar problemas, a reconciliarnos, pero también es la cuna de muchas heridas que nos acompañan en la vida y que, ante algún acontecimiento importante, vuelven a abrirse y comienzan a sangrar. Los miedos florecen y muchas veces nos sentimos indefensos, sin herramientas para gestionar nuestras ansiedades y los agentes estresores. 

Algunas orientaciones psico-espirituales que nos pueden ayudar a enfrentar como familia esta crisis que, con el favor de Dios, ayuda de la ciencia y los autocuidados responsables pasará: 

  • Aceptar la crisis: aceptar es más que tolerar, soportar o aguantar. La aceptación exige una comprensión.
  • La crisis como oportunidad: de crecimiento personal y espiritual. Crecer como personas y como católico. Tomar consciencia de mis fragilidades y fortalezas. 
  • Espiritualizarse: el ser humano puede operar desde su dimensión biológica, emocional, racional o espiritual. Las crisis ayudan al ser humano a identificarse con su dimensión más elevada, la espiritual, a encontrar una paz más profunda en medio de situaciones verdaderamente dramáticas, a adquirir un conocimiento de la realidad mucho más integral. La persona humana se espiritualiza “fundamentalmente” a través del silencio y la contemplación, de la meditación y de la oración. Espiritualizarse ayuda a dar más valor a lo esencial que a lo accesorio, a lo eterno que, a lo temporal, al espíritu que, a la materia, al amor que, al placer, a lo gratuito que, a lo oneroso, al dar que al recibir.
  • Cultivar un espíritu de servicio: las crisis ayudan a multiplicar los actos de servicio a los demás porque generan necesidades apremiantes. Las crisis producen una multiplicación en cadena de actos de solidaridad entre seres humanos y pueblos que fortalece lazos y destinos. Este necesario espíritu de servicio implica cuidarse a uno mismo para poder ser buen instrumento en ayuda de los demás. Por eso, un correcto espíritu de servicio sabe protegerse, no egoístamente sino solidariamente, con el fin de recuperar fuerzas y poder continuar con el servicio.
  • Gestionar la incertidumbre: la crisis nos ayuda a aprender a vivir en momentos de incertidumbre, lo que supone un alto grado de desprendimiento personal y abandono en la providencia divina.
  • Cuidar las relaciones humanas: la crisis es una gran oportunidad para mejorar nuestras relaciones humanas con los más próximos. El confinamiento al que tantos millones estamos sometidos obliga a muchas personas a convivir con seres queridos, a veces en espacios reducidos y con medios escasos. El confinamiento genera tensión. El respeto, el buen humor y el perdón en las relaciones humanas perfuman nuestras casas y las convierten en hogares dignos y nobles, aptos para la convivencia en familia.
  • La Oración y Lectura orante de la Palabra de Dios personal y en familia: La oración brota de la escucha de Jesús, de la lectura y familiaridad con la Palabra de Dios. ¿Tenemos en casa el Evangelio? ¿Encontramos un momento para leerlo juntos o al menos leerlo solo? ¿Lo meditamos recitando el Rosario? El Evangelio leído y reflexionado en familia es como un pan bueno que nutre el corazón de todos. Y por la mañana y por la tarde, cuando nos sentemos a la mesa, digamos juntos una oración con sencillez.” (Papa Francisco)
  1. José Prado Tolosa (ORS) 

Párroco de Nuestra Señora de la Buena Esperanza, Panimávida 

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